Hoy, la elaboración y distribución de la propaganda cinematográfica oficial vuelve al ámbito público. Nada de extraño tiene lo que seguramente se le pide a Henry Herrera y a Luís Alberto Lamata: una recreación oficial, didáctica y… digerible, diría Xavier Sarabia del Generalísimo, encuadrada con la política cultural cinematográfica del gobierno de Chávez.
El guionista, junto al realizador, escogen momentos y parlamentos que supone agradarán al público masivo. Entre ellos a muchos de nuestros estudiantes, que ya no tendrán que leer ni reflexionar sobre el ilustre y ahora elemental Miranda en las clases de historia patria, sólo ver la película. El filme lo dice todo, la historia (en este caso así, en minúscula) está muy bien explicada y el realizador sólo cumple haciendo bien lo que le encargaron, cine histórico oficial.
Censuras y auto censuras aparte, el filme nos muestra la escogencia al nivel de la expresión y contenido: transparencia absoluta en el discurso fílmico, atención a vestigios históricos, buena fotografía y dirección de arte, música y diálogos grandilocuentes, excelentes locaciones. Buenas actuaciones masculinas, no así las femeninas. Las actrices que encarnan los roles de las mujeres de Miranda, pienso, no fueron bien aprovechadas. No obstante, los espectadores en el cine ríen y comentan en alta voz al reconocer a los actores (casi todos del staff de Venevisión) y a Mimí Lazo disfrazada de Catalina de Rusia.
Luis Alberto Lamata, que pocas veces sale del redil a lo largo de la película, lo hace en la escena final: Miranda, siempre acompañado -entre otros por Voltaire y Rousseau- flota a la deriva. Esta es una de las pocas imágenes simbólicas de la obra. El resto, como era de esperarse, sigue la norma de casi todas las cintas narrativas históricas de encargo oficial: la Historia es manipulada y el relato es eminentemente explicativo. Prueba de ello es la maniquea escena ambientada en el cabildo caraqueño: Miranda (Jorge Reyes) representa a los buenos y el Marqués (Carlos Mata) a los malos. Cualquier semejanza con lo actual no es pura coincidencia, pues como dice Pierre Sorlin el filme es reflejo de la sociedad que lo produce y consume.
La película de Lamata sigue a pies juntillas el Modo de Representación Institucional (estilo Hollywood) establecido por el teórico Noël Burch. Y es que no debe olvidarse que el discurso -la película- forma parte del aparato ideológico que sustenta el poder. Poder que ahora pretende insertar en el imaginario colectivo a este Miranda que regresa.
José Miguel Acosta
jacosta3@cantv.net
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