jueves, 17 de febrero de 2011

Rómulo Gallegos y el cine nacional.

Rómulo Gallegos y el cine nacional.
Publicado en TalCual en Domingo
Caracas 06-02-2011
José Miguel Acosta




Al ser considerado un medio de escaso valor estético y una actividad poco apreciada por los eruditos en las primeras décadas del pasado siglo, resulta extraño que Rómulo Gallegos se introdujera en el mundo del cine. Supone su amigo Rafael Rivero Oramas que tal afición pudo haberse originado por la larga amistad que lo unió con Edgar Anzola y Jacobo Capriles, con quienes había hecho en 1924 el film La Trepadora. Menciona además Rivero que al comenzar a interesarse por el cinematógrafo, el novelista asistía a las funciones con algo de vergüenza y un poco a escondidas.
Dado que por ahora hemos hallado muy escasos escritos de Don Rómulo sobre el cine poco podemos asegurar sobre su forma de concebirlo. No obstante, revisando los materiales fílmicos de Estudios Ávila que se conservan, hurgando en sus declaraciones en la prensa del momento, en los escritos de algunos de sus colaboradores y en sus actividades en este ámbito desde el Ministerio de Educación Nacional (1936) y desde el Concejo Municipal del D.F. (1940-1941), presumimos que el Maestro prioriza las funciones didácticas y estéticas del cine.
A su regreso al país en 1936, imbuido en las nuevas técnicas pedagógicas, desde el despacho de educación promueve la incorporación del cine como auxiliar de la educación en las Misiones Rurales y en la formación de docentes y estudiantes en niveles básicos y medio. En 1941, el Concejo Municipal del D. F., con Gallegos a la cabeza, aprueba la Ley Nacional de Censura Cinematográfica, mandato que entre otras determinaciones impone la exhibición de cintas educativas y sanitarias de corta duración en las funciones de las salas comerciales, a fin de elevar el nivel cultural del pueblo.
Por otro lado, en 1938 en declaraciones para la revista Elite, menciona las funciones de goce espiritual que propicia el cine. Critica la industria hollywoodense y la contrapone al “film de director” europeo. Gallegos, para el momento, no pensaba utilizar sus novelas para hacer películas corrientes y convencionales, sino un cine de avanzada cargado de símbolos. Admirador de los films de la etapa muda de S. M. Eisenstein, también él quería revolucionarlo, decía con humor. Un poco difícil, responde Rivero, para un hombre que no iba al cine y cuyo conocimiento en tales menesteres eran nulos. ¿Percibimos en Gallegos cierto déficit cultural donde la improvisación y el espontaneismo privan sobre la preparación?
En el período 1927-1943 podríamos hablar de políticas cinematográficas que, con base en la fuente de financiamiento, sintetizaremos en acciones culturales públicas, mixtas y privadas. Cada una de ellas se corresponde con un proceso particular que esquematizaremos a través de tres fases de inflexión, coincidentes con los años 1927, 1938 y 1943. El primero es el punto de partida, dada la fundación del Laboratorio Cinematográfico Nacional, primera medida aplicada en nuestro país con el fin de promover la realización cinematográfica. Desde ese año y hasta 1938 la acción cultural oficial está representada por la obra del Servicio Cinematográfico Nacional y del Instituto de Educación Audiovisual. Bastó un simple acuerdo entre burócratas de las altas esferas del poder para que ambos proyectos fueran suspendidos. Esto, a pesar de la potencialidad demostrada durante su funcionamiento y a que fueron estas dependencias las únicas con infraestructura adecuada y personal capacitado para promover la actividad fílmica.
A partir de 1938 la política cultural aplicada al cine asume una fórmula mixta que combina los esfuerzos del Ejecutivo con los de la industria privada. Sobre la base de un esquema probado con éxito en las industrias argentinas y mexicanas, el cambio en el tipo de acción cultural en ejercicio intenta promover el cine narrativo ficcional de larga duración, en tanto que este producto cultural domina el mercado exhibidor.
Presidida por Gallegos, Estudios Ávila (1938-1942) fue la única empresa que tuvo la capacidad de aprovechar el entusiasmo inicial, la fusión de capitales oficiales y privados, y la preferencia del público por las películas habladas en castellano, para iniciar el desarrollo de nuestro cine, pero consideramos que, entre otras causas coyunturales, la ausencia de una planificación económica solvente ocasionó su fracaso; se desperdició la oportunidad de oro. Al utilizar sus recursos económicos para comprar terrenos, edificar estudios y modernizar laboratorios, el proceso de amortización sufrió una demora lógica y gravemente perturbadora. Esta fue una iniciativa ruinosa que hipotecó su política productora y, poco después de estrenar su único largo metraje, Juan de la Calle (R. Rivero, 1941), los estudios devuelven los equipos al ejecutivo y cierran sus puertas, finalizando así su proyecto intelectual y nacionalista.
El 1º de julio de 1943 se registra Bolívar Films. La consolidación de esta empresa fue posible por el consentimiento del Ejecutivo en rematar el patrimonio de la nación, tanto en equipos como en películas, dejando las iniciativas culturales con respecto al cine autóctono en manos privadas. El nuevo tipo de acción cultural ejercida, más que facilitar la creación y expresión de una industria cinematográfica local, la reprime. Restringe todo acceso a una maquinaria productora originalmente adquirida en pro de una industria nacional y no de intereses particulares. La firma beneficiaria de esta decisión oficial se conformará con repetir fórmulas ya ensayadas de modelos extranjeros que no logran fraguar.

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